03 septiembre, 2005

Microcuentos


La prohibición



Cuando Dinka regresó a su hogar, presintió que algo extraño sucedía. Demasiado silencio. A lo lejos, el eterno rumor de la ciudad confirmó su percepción: Mior nunca dormía.
Encendió el aparato incrustado en la pared, que agregaba un toque más de tecnología a su habitación, vestida con artefactos de variado uso, sumiéndose en meditaciones acerca de su ciudad.
Las paredes de cada cuadra del gran centro urbano presentaban un pergamino metálico, donde se leía el Código de Normas. Precisamente a esa hora- pensó Dinka- se transmitiría el Mensaje Diario. Los ciudadanos deberían estar atentos a la programación. Para estos efectos, el Directorio de la ciudad poseía un Sistema de Vigilancia del Mensaje, el cual consistía en transeúntes pendientes de la recepción. El inciso número tres del Código de Normas estipulaba un alto volumen de sonido para facilitar esta misión. Ante la infracción de esta norma general, el Vigilante detenía al inculpado y lo presentaba ante los miembros del Directorio; estos aplicarían una sanción siempre desconocida y variable según factores de índole también ignota. La sentencia más temida por los habitantes de Mior era la pena de destierro a Knot, lugar muy tenebroso al decir de las leyendas tejidas a su alrededor.
Dinka, sumido en sus reflexiones, no se percató del significado de aquel silencio; su asombro aumentó al constatar que su receptor no funcionaba. Aún apagado emitía un sonido apenas perceptible, que la costumbre hizo cotidiano a sus oídos. Su profundo enojo habíase calmado cuando el Vigilante a empellones lo subió al vehículo que rápidamente te desplazó por los aires.
Al comienzo, sólo una leve inquietud le invadió, luego se transformó en angustia y miedo. De súbito adquirió conciencia de su incierta situación e intentó tranquilizarse.
Mior, acero y color, no dejaba de fascinar a sus ojos asustados. El paisaje- ya muerto el crepúsculo- ofrecía un espectáculo distinto, las luces de diversos colores, a la velocidad del vehículo, dejaban estelas viscosas mezcladas en la húmeda y melancólica atmósfera. Recordó los últimos árboles, observados en la Gran Biblioteca, junto a su padre. Su progenitor gozaba contemplando la reproducción de un anciano roble. Posteriormente, frente a sus cenizas, se preguntaría si algo le hubiese deleitado más que aquel moderno testimonio del pasado.
Momentos después sintió que descendía del vehículo y penetraba por un túnel muy iluminado. El Vigilante había desaparecido. La soledad de millones de años le acompañó. La pena aguardada- pensó- sería mejor que escuchar el Mensaje Diario, su sonido uniforme, soportado durante veintitrés opacos años.
Repentinamente, provino aquel gemido de lo más profundo de la ciudad. Mior comenzó un lamento cada vez más agudo y quejumbroso. La pesadilla emerge: sobre si vio los rostros burlones de los habitantes, vehículos aéreos precipitándose con violencia sobre él. Sus compañeros de trabajo, riendo crueles, como payasos de finas torturas, volando en un mundo mágico y atemporal. El zumbido, siempre el zumbido eterno de Mior, injuriándolo con lenguaje desconocido, vestido de acero y color. Color y acero. Siempre.
Dinka se retorció, intentó levantarse, no pudo y una anhelada oscuridad lo cubrió todo.

*******

Desde la ventana, un sol alegre saluda la habitación. El hombre se levanta de la confortable cama, en la cual se encontraba recostado y observa con curiosidad infinita la mesa de madera, desde donde le incitan olorosas tostadas y mermelada de frutilla. Mira a través del vidrio y ve un autobús deteniéndose en su cotidiana parada. Personas ruidosas.
Sonríe, se dirige hacia la puerta, volviendo de pronto coge una tostada, la unta con mermelada, la come con placer y sale.
El Directorio había decidido la sentencia.


Mariela Isabel Ríos Ruiz-Tagle



Concurso Latinoamericano. Premio Borges. Mención Cuento Corto. Fundación Givré. Buenos Aires. 1979.



Hija única

Mi madre, mi padre, mis hermanos, mis hermanas, mis abuelos, mis tíos, mis tías, mis primos, mis primas, mis sobrinos, mis sobrinas,- y yo-, en una casa, un patio, una calle, cualquier lugar de la ciudad de Santiago. Esa es la foto que me habría gustado tener, esa es la foto que nunca fue tomada.


Fidelidad






Realizaba mi recorrido cotidiano por la Plaza de Armas, cuando noté que mi amigo indigente no despertaba. Ágilmente corrí hacia un hombre sentado en un banco, también llamé la atención de los transeúntes que bajaban por las escaleras hacia el metro, pero nadie me hizo el menor caso.
Me recosté junto al cuerpo frío de mi amigo y con impotencia le ladré a la luna.

Septiembre de 2007



Sueños
Despierta sobresaltado a medianoche. Soñó con el último regalo que le hizo a la mujer que ama.
Coloca la cabeza sobre la almohada y vuelve a dormirse.
Entre sueños, aparece la mujer de ojos negros que le muestra un anillo de oro tallado con dos mariposas.
Al despertar, su esposa lo observa en silencio con su mirada azul.
El, tembloroso le dice:
-Soñé contigo, amor.


El regreso
En 1962, jugando con dos amigos en el Estadio Nacional, resbalamos en una antigua pileta. Corrimos empapados hasta mi departamento para escuchar por radio la final del Mundial de Fútbol.
Fue un día inolvidable.
Años después, supe que ellos se encontraban prisioneros en el Estadio. Nunca volvimos a vernos.
Una noche creí escuchar sus voces. Al despertar en la mañana, la televisión estaba encendida con la propaganda del No.
Me levanté, y caminé solitaria hacia el Estadio.
Al sumergir el voto en la urna, sentí mis mejillas mojadas.

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Carta sín título

Quiero decirte cuanto te extraño.

Supe que no has cambiado, aunque no te visito hace tiempo. Sé que me esperas.

Porque te amo desde niña y siempre te lo dije en mis poemas, en cada sentimiento que mis palabras intentan expresar.

En esta etapa de mi vida, cuando los recuerdos surgen de improviso en mi mente, desde un lugar misterioso afloran sin pedir permiso, por mi boca, mis oídos y entonces, mágicamente te escribo, así de manera breve, como a mí me gusta.

Sabes seducirme con tu encanto. Siempre luces distinto, a veces te veo alegre , a veces triste. Soy como todos, quizás expresarás con esa voz arcaica que viene del fondo de la tierra, a veces silente, de pronto rápida como el viento.

Ese soplo de tantas vidas que llevas adentro.

Siempre tu alma me ha sorprendido. Es sinuosa como un acordeón que despliega sus notas, elevando sus alas en cada atardecer, para amanecer sorpresivamente de nuevo. Y cuando amaneces te ves tan bello, no te imaginas cuanto.

Yo amo tus brazos. Ellos abarcan las cuatro estaciones, cubren mi cuerpo, lavan mis pies y los besan con tanto amor que desfallezco.

Tus ojos parecen montañas y debo ascender por tenues y pequeños senderos que se bifurcan hasta arribar a tu esencia y sumergirme en sus profundas mareas. Tus piernas son una leve eternidad que me suspende en el vacío, cual volantín extraviado.

En ocasiones no entienden nuestro amor, entonces frente al mar, nos encontramos en silencio comenzando nuestro ritual, relegando a las sombras la incredulidad perversa del universo.
Yo elevo mis manos hacia el cielo y configuro tu sombra, luego suspiro y aparece tu cuerpo, el viento marino me arranca el alma y la une a la tuya.

Ya falta poco para verte, estoy aquí tendida, apenas respiro, pero falta poco.

A lo lejos, en una esquina de la memoria, diviso el último ascensor.

Hoy la luna nos observa, desde el vértice azul de la mirada .

Mis ojos se cierran, pronto me hundiré en el sueño, en ese sueño que me eleva por tus cerros, que se transforma en escaleras infinitas y me lleva hacia ti, mi amado, mi amor, Valparaíso.

2003.-

Simón en Agosto


Te advertí que tuvieras cuidado con los extraños, que miraras si venía algún vehículo al cruzar las calles de Ñuñoa.Tantas palabras al viento.


¿Por qué atravesaste esa línea invisible?


En la oscuridad se conjugan el amor con la muerte, querido y recordado Simón. La vida nos da sorpresas, tristes sorpresas nos da la vida, sobre todo en el mes de los gatos.


2008.-

Adiós en la Catedral

Una a una las campanadas se deslizaron como cascadas por sus mejillas heridas. La última resonó, inclemente, en la oscuridad. La luz de la tarde iluminó la espalda del hombre que amó, mientras se fundía, para siempre, en el paisaje de la Plaza de Armas.

2008



1 comentario:

Miosotis Abreu dijo...

Hola

Me gusto tu blog.


Saludos!